sábado, 17 de agosto de 2013

Y712

Era tarde, Marta aún no dormía. Eran las once de la noche y no terminaba de llenar su maleta. Tenía esa mala costumbre de empacar horas, incluso minutos, justo antes de su partida, y como era común, este viaje en el que estaría fuera aproximadamente tres semanas no fue la excepción.
            A media noche partió el autobús a la Ciudad de México para después dirigirse al Benito Juárez y de ahí volar a La Paz. Iba muy nerviosa, pues era la primera vez que llegaba a ese monstruo de ciudad sola y sin ser alguno que la recibiera. Esta idea daba vueltas en su cabeza sin dejarla descansar, pero una vez que subió al autobús logró conciliar el sueño.
            Tres horas después, a pesar de la tremenda Bilirrubina de Juan Luis Guerra que acompañaba sus ronquidos, la despertó una voz acartonada anunciando que era imposible pasar debido a un accidente y probablemente estarían ahí estancados unas horas. El nervio regresó: "Son las tres, el vuelo sale a las doce, según el GPS estoy a cuatro horas de mi destino, podemos estar estáticos alrededor de seis horas y rezar, sí rezar que no haya tanto tráfico para que el taxi fluya... ¿y si no?, ¿cuál es el plan B?...". Esos cálculos mentales rondaban por su mente una y otra vez. El insomnio estaba de vuelta.
            Alrededor de las cinco de la mañana el vehículo empezó a andar. Marta creía que eso la calmaría, pero no. Se desesperó, quería dormir, no podía, así que decidió tomar dos pastillas para el mareo las cuales la dejarían como león sedado. No sirvió de mucho. Unos momentos después, abrió los ojos y ya se encontraba en su destino. La emoción de haber llegado a tiempo invadió su cuerpo, fue por eso que durante los casi sesenta minutos de recorrido a la central tampoco pudo pegar pestaña.
            Por fin pisó suelo firme. Miró su reloj, marcaba las nueve. Sonrió. Tomó un taxi y llegó treinta minutos antes del registro de equipaje. "¡Excelente!" pensó, pues tendría tiempo para desayunar tranquilamente y llegar al mostrador sin retardo alguno. Todo salió tal y como lo había planeado. Pronto se encontró en la sala de embarque intentando no caer dormida y con unas ojeras de vampiro mal maquillado de película casera.
            La hora de abordar llegó mas nadie se movía de sus asientos. En la pantalla decía 'a tiempo', sin embargo, no había señal alguna para subir al avión. La gente se empezó a inquietar. Casi media hora de retraso y la tripulación no aparecía. Marta pensó que el destino simplemente no quería que se reuniera con su mejor amiga después de tres años de mudarse al otro extremo del país.
            Exactamente cuarenta minutos después, el capitán apareció con los sobrecargos. La masa los recibió con aplausos lo cual a Marta le pareció inapropiado. Al estar a punto de despegar, el capitán ofreció una disculpa por lo sucedido. Marta ya quería arrancar, pero al oficial se le ocurrió añadir un comentario acerca de los aplausos lo cual molestó a la gente. Marta no alcazaba a escuchar gran cosa, y mucho menos a ver lo que sucedía, sólo atisbó entre los asientos el uniforme de piloto que al parecer discutía con un pasajero. Los demás sólo abucheaban y seguían el pleito desde sus lugares. Marta, además de cavilar sobre toda esa situación de mal gusto, volvió a pensar que el destino evitaba aquel reencuentro con su amiga.
            Mientras formulaba aquella disparatada idea, encendieron la luz del cinturón y el avión empezó a moverse. Ella sintió una vibra muy extraña, creía que el capitán después de tanto alboroto se estrellaría contra las Torres de Satélite, pero sólo las vio a lo lejos, clavadas en la tierra y a medio periférico a medida que la aeronave obtenía más y más altura. Cuando empezó a ver cómo el ala izquierda cortaba nubes, se tranquilizó y se dedicó a disfrutar el viaje.
            Se sentía muy cómoda. Pensó que ya todo lo complicado había pasado. Pidió una Coca y recordó el día en que conoció a su mejor amiga junto con todas las cosas fuera de lo común que hacían. Reía sola, pues era muy curioso cómo de la nada lograron juntarse ya que a pesar de tener intereses y rumbos diferentes lograron congeniar de tal manera que más que amigas llegaron a ser algo así como familia.
            Miraba por la ventana y se sorprendió al ver tierra, pues sintió que había sido un viaje muy corto. Lo seco del desierto hacía un bello contraste con el mar azulado lo cual la conmovió y volvió a sonreír. Comenzó a sentir una vibración en sus manos y pies tan extraña que pensó que algo no estaba bien, pues esa sensación definitivamente no tenía nada que ver con lo que le inspiraba el paisaje admirado, ni la pronta llegada al Pacífico. Frunció el ceño, levantó la mirada y la luz del cinturón estaba encendida. El avión se sacudía con fuerza. Ella disfrutaba las turbulencias pero en ese momento algo no olía bien.
            Empezó a sentir ese vacío en el estomago como cuando se subía a los juegos mecánicos con caída libre. Disfrutaba la sensación, pero no le daba buena espina. Los movimientos comenzaron a ser más bruscos y el hoyo en su estómago más profundo. Miró la parte trasera del asiento de enfrente e imitó la posición del tercer dibujo. Seguía disfrutando la conmoción pero algo definitivamente estaba mal. Cerró los ojos y empezó a tararear...

            Poco tiempo después, la aerolínea publicó una lista de desaparecidos otra de muertos y cero sobrevivientes del vuelo Y712.

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