No sé cuántos peldaños he descendido, pero he perdido la luz. Ya los ángeles no cantan, ni tienen alas, parecen seres mortales carentes de alma.
Veo mi vida hacia arriba y me
pregunto en qué momento perdí el camino. Ahora me encuentro en una tierra fría
y sin sentido.
Las piedras aplastan mi escaso
ánimo y me encierran en las sombras. Busco una puerta hacia el cielo, pues he
perdido la escalera.
Nada parece ascender y todo se cae
en pedazos, la soledad me enferma y no encuentro cobijo.
Al cerrar los ojos el recorrido de
mi última lágrima abre un sendero hacia mi interior. Ahí no hay sombras, ni
frío y temor. Un destello eleva mi aliento y anuncia que éste no es el final.
Gigantescas rocas bloquean el
brillo y las tinieblas me arrastran hacia el abismo, mas una espada en el
firmamento rompe esa unión con la penumbra.
Mi mirada es más clara, y veo con
el corazón; se dibuja ante mí una línea bañada en oro que me absorbe sin
poderme resistir.
Mi cuerpo se eleva y se siente más ligero,
oigo música de nuevo y mi espíritu brilla al alcanzar los rayos del sol y
descubrir la eterna inmensidad.
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