Era tarde,
Marta aún no dormía. Eran las once de la noche y no terminaba de llenar su
maleta. Tenía esa mala costumbre de empacar horas, incluso minutos, justo antes
de su partida, y como era común, este viaje en el que estaría fuera
aproximadamente tres semanas no fue la excepción.
A media noche partió el autobús a la
Ciudad de México para después dirigirse al Benito Juárez y de ahí volar a La Paz. Iba muy nerviosa, pues era la
primera vez que llegaba a ese monstruo de ciudad sola y sin ser alguno que la
recibiera. Esta idea daba vueltas en su cabeza sin dejarla descansar, pero una
vez que subió al autobús logró conciliar el sueño.
Tres horas después, a pesar de la
tremenda Bilirrubina de Juan Luis
Guerra que acompañaba sus ronquidos, la despertó una voz acartonada anunciando
que era imposible pasar debido a un accidente y probablemente estarían ahí
estancados unas horas. El nervio regresó: "Son las tres, el vuelo sale a
las doce, según el GPS estoy a cuatro horas de mi destino, podemos estar estáticos
alrededor de seis horas y rezar, sí rezar que no haya tanto tráfico para que el
taxi fluya... ¿y si no?, ¿cuál es el plan B?...". Esos cálculos mentales
rondaban por su mente una y otra vez. El insomnio estaba de vuelta.
Alrededor de las cinco de la mañana
el vehículo empezó a andar. Marta creía que eso la calmaría, pero no. Se
desesperó, quería dormir, no podía, así que decidió tomar dos pastillas para el
mareo las cuales la dejarían como león sedado. No sirvió de mucho. Unos
momentos después, abrió los ojos y ya se encontraba en su destino. La emoción
de haber llegado a tiempo invadió su cuerpo, fue por eso que durante los casi
sesenta minutos de recorrido a la central tampoco pudo pegar pestaña.
Por fin pisó suelo firme. Miró su
reloj, marcaba las nueve. Sonrió. Tomó un taxi y llegó treinta minutos antes del
registro de equipaje. "¡Excelente!" pensó, pues tendría tiempo para
desayunar tranquilamente y llegar al mostrador sin retardo alguno. Todo salió
tal y como lo había planeado. Pronto se encontró en la sala de embarque
intentando no caer dormida y con unas ojeras de vampiro mal maquillado de
película casera.
La hora de abordar llegó mas nadie
se movía de sus asientos. En la pantalla decía 'a tiempo', sin embargo, no
había señal alguna para subir al avión. La gente se empezó a inquietar. Casi media
hora de retraso y la tripulación no aparecía. Marta pensó que el destino
simplemente no quería que se reuniera con su mejor amiga después de tres años
de mudarse al otro extremo del país.
Exactamente cuarenta minutos
después, el capitán apareció con los sobrecargos. La masa los recibió con
aplausos lo cual a Marta le pareció inapropiado. Al estar a punto de despegar,
el capitán ofreció una disculpa por lo sucedido. Marta ya quería arrancar, pero
al oficial se le ocurrió añadir un comentario acerca de los aplausos lo cual
molestó a la gente. Marta no alcazaba a escuchar gran cosa, y mucho menos a ver
lo que sucedía, sólo atisbó entre los asientos el uniforme de piloto que al
parecer discutía con un pasajero. Los demás sólo abucheaban y seguían el pleito
desde sus lugares. Marta, además de cavilar sobre toda esa situación de mal
gusto, volvió a pensar que el destino evitaba aquel reencuentro con su amiga.
Mientras formulaba aquella
disparatada idea, encendieron la luz del cinturón y el avión empezó a moverse. Ella
sintió una vibra muy extraña, creía que el capitán después de tanto alboroto se
estrellaría contra las Torres de Satélite, pero sólo las vio a lo lejos, clavadas
en la tierra y a medio periférico a medida que la aeronave obtenía más y más
altura. Cuando empezó a ver cómo el ala izquierda cortaba nubes, se tranquilizó
y se dedicó a disfrutar el viaje.
Se sentía muy cómoda. Pensó que ya
todo lo complicado había pasado. Pidió una Coca
y recordó el día en que conoció a su mejor amiga junto con todas las cosas
fuera de lo común que hacían. Reía sola, pues era muy curioso cómo de la nada
lograron juntarse ya que a pesar de tener intereses y rumbos diferentes
lograron congeniar de tal manera que más que amigas llegaron a ser algo así
como familia.
Miraba por la ventana y se
sorprendió al ver tierra, pues sintió que había sido un viaje muy corto. Lo
seco del desierto hacía un bello contraste con el mar azulado lo cual la conmovió
y volvió a sonreír. Comenzó a sentir una vibración en sus manos y pies tan
extraña que pensó que algo no estaba bien, pues esa sensación definitivamente
no tenía nada que ver con lo que le inspiraba el paisaje admirado, ni la pronta
llegada al Pacífico. Frunció el ceño,
levantó la mirada y la luz del cinturón estaba encendida. El avión se sacudía
con fuerza. Ella disfrutaba las turbulencias pero en ese momento algo no olía
bien.
Empezó a sentir ese vacío en el
estomago como cuando se subía a los juegos mecánicos con caída libre.
Disfrutaba la sensación, pero no le daba buena espina. Los movimientos
comenzaron a ser más bruscos y el hoyo en su estómago más profundo. Miró la
parte trasera del asiento de enfrente e imitó la posición del tercer dibujo.
Seguía disfrutando la conmoción pero algo definitivamente estaba mal. Cerró los
ojos y empezó a tararear...
Poco tiempo después, la aerolínea
publicó una lista de desaparecidos otra de muertos y cero sobrevivientes del
vuelo Y712.
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