domingo, 16 de febrero de 2014

Raloposo, el oso polar


Hace unos días viendo una competencia de ski, entre tanto frío y nieve, recordé la historia de un oso polar. Un oso polar común y corriente a simple vista, a muy simple vista, pues curiosamente este oso polar siempre buscaba los lugares cálidos. Se llenada de alegría cada vez que veía salir el sol, y buscaba el rayo menos frío para botarse en la nieve así como los perros se botan en el jardín bajo el sol después de un baño en verano. Este oso, al que llamaremos Raloposo (porque en realidad desconozco su verdadero nombre), estaba harto de tener frío, de perseguir al sol y a otros osos con un pelaje más abundante para entrar en calor. Así que un día soñó con nieve caliente, un poco más oscura pero igual de suave, y junto a ella agua, mucha agua salvaje que se levantaba formando ondas y caía dejando una estela blanca sin ocultar el azul turquesa que incluso contrastaba en el horizonte. Raloposo pensó si en realidad existía algún lugar así, lo dudó mucho pues toda su vida había visto paisajes blancos y congelados. Aun así decidió arriesgarse y buscar esa nieve cálida que le ofrecía la temperatura que él deseaba.

De esa manera, Raloposo partió al sur, claro sin no antes ser juzgado y tachado de loco. Sin importarle tomó lo necesario y empezó a caminar. A pesar de haber encontrado varias costas, ni una de esas era como la de su sueño. Reloposo se empezó a desesperar, pero pensar en el frío que le calaba los huesos por la noche hizo que siguiera su camino. Después de varios días más, una noche de primavera decidió dormir con el fin de tomar fuerzas para el regreso, no para continuar. Sólo alumbraba la luz de la luna, así que ahí donde encontró algo parecido a la nieve se acomodó y a pesar de un constante estruendo, logró dormir.

Un intenso rayo de calor lo despertó. Se dio cuenta que lo que estaba a sus pies no era nieve caliente, sino arena. A sus espaldas el estruendo seguía y al voltear estaba frente al mar. Raloposo volvió a soñar, o al menos eso creyó. Se dirigió hacia ese atrayente azul turquesa con estelas de espuma blanca revoloteando. Llegó a la orilla y una de esas enormes olas acabó con su sueño. Lo llevó al fondo del mar y al salir a la superficie cayó en cuenta de que definitivamente no estaba soñando, había llegado a su destino. Raloposo no dejaba de aventarse sobre las olas como ballena jorobada  rompiendo la hipnótica estela de todas éstas. El pelaje le estorbaba, así que antes de seguir disfrutando su nueva estancia decidió deshacerse de él. Al raparse se dio cuenta que su piel era blanca como la nieve y la espuma del mar. Sin pensar más se estableció en la fina arena frente al mar y empezó a hacer su vida.

Nadaba, tomaba el sol, dormía, pescaba, nadaba, tomaba el sol, dormía, pescaba... y así sucesivamente hasta que un día vio que su piel se empezaba a oscurecer. Lo vio como algo natural, pues era lógico que el sol empieza a quemar después de haberse expuesto en repetidas ocasiones. Poco a poco su piel blanca se empezó a poner como el cielo por las noches, sólo que sin los destellos de las estrellas. Conforme pasaba el tiempo, su piel se ponía más negra y el calor empezaba a ser insoportable, pues alguna vez le dijeron que los colores oscuros atraen la radiación solar y así aumenta el calor del objeto. Pensó que ya era tiempo de volver a casa, la arena ya no era reconfortante como antes, ahora picaba y era casi imposible deshacerse de ella. El agua salada le revolvía el estómago y el estruendoso sonido de las olas le aceleraban el ritmo cardíaco. Definitivamente no era sano quedarse más tiempo ahí. Decidió regresar a casa con la esperanza de que su oscura piel se blanqueara en el camino y así evitar burlas de sus compañeros.

Pasaron varios días para que Raloposo llegara al Ártico, pero cuando lo logró, el pelaje había cubierto su piel negra, era un oso polar más. Disfrutó respirar el aire helado de su tierra, sentir como sus garras acariciaban la suave nieve, escuchar un silencio adormecedor con el cual su corazón bombeaba sangre con una lentitud relajante. Sí, se sentía feliz de haber regresado, y más aun al darse cuenta que sus compañeros no notaron su piel negra, ya que fue tanto sol que jamás volvió a ser de piel blanca, pero gracias a eso jamás volvió a pasar frío ni a buscar lugares que no fueran como casa.

Curiosamente después de la travesía de Raloposo, las generaciones siguientes empezaron a nacer con la piel negra. No quiero decir que Rapoloso fue el padre de todos los ositos siguientes, pero probablemente le contó a uno que otro oso en la cantina y decidieron hacer lo mismo que él, pues curiosamente también se volvió el oso más atractivo del Ártico. Es por eso que los osos polares tienen la piel negra y no blanca como una ignorante alguna vez contestó en un juego de preguntas de su celular. Cosas pasan.

No hay comentarios:

Publicar un comentario