No precisamente estaba ansioso
por ese momento, de hecho ni me sentía motivado a hacerlo. Llevo
aproximadamente diez años presentando recitales de fagot y es verdaderamente
extraño que a poco de terminar la carrera haya perdido el interés. No me sentía
preparado, nuevamente la inseguridad de mi profesión me invadía, incluso las
inmensas ganas de asistir este año a "Instrumenta Oaxaca" se habían
esfumado.
Desperté hoy lunes justo a tiempo,
pues el ensayo general del recital era a las ocho de la mañana y mi maestro se
enfurece con la impuntualidad. No me dio tiempo de bañarme, ni de imprimir el
programa del cual estaba a cargo y a duras penas llegué al ensayo. Mi
participación: deficiente. No logré las notas sobreagudas que necesitaba, además
tenía dos aftas en la boca y la mano derecha lastimada por una razón que no
recordaba. En fin, no era pretexto y tampoco quería echarle la culpa a mi poco
productivo fin de semana pues a pesar de eso tuve un sábado y un domingo increíbles.
Sinceramente creo que el único problema era la presión del recital que me
aplastaba contra el suelo dejándome inútil.
Después del ensayo corrí a
orquesta. Llegué tarde, pero mi retardo estaba justificado. Además no es común
en mí ser impuntual, llego barriéndome mas no tarde. Tocamos la quinta de
Shostakovich, y en el receso vi su mensaje. Preguntaba si había descansado, si
había llegado temprano incluso si me había bañado. Mientras leía su mensaje
pasó por mi mente todo el fin de semana; el estrés que cargaba desapareció
durante tres segundos y quedé de verla para comer después del ensayo.
La esperé sentado en las
escaleras, no tardó mucho, sin embargo esos minutos pesaron toneladas. Regresó
a mi mente el recital, los programas incompletos, mi mano lastimada, las aftas,
el festival de Oaxaca al que no asistiría y demás. Me calmé cuando escuché su
risa a lo lejos. No le pregunté de qué reía; suele hacerlo sola, simplemente sé
que ese conjunto de notas rápidas y con mordente
siempre son reconfortantes a mi oído.
Comimos juntos en el instituto y
decidí acompañarla a comprar unas cosas a pesar de todos mis pendientes. Le conté cómo
me había ido en el ensayo, le dije cómo me sentía y le confesé que no iría a
Oaxaca. Su mirada decía algo pero no lo podía descifrar. Ella callada sólo me
dejaba hablar; me miraba fijamente armonizando la melodía de mis palabras.
Me pidió que la acompañara a
dejar sus cosas y al llegar nos sentamos en el sofá de la sala donde comimos
chocolates que habíamos comprado en caja. Sentí que algo tramaba, quizá eso
decía su mirada en el supermercado. Me recosté sobre sus piernas; ella pasaba
sus dedos por mi rebelde cabello y empezó a interrogarme. Yo contestaba
mostrando ese vacío musical que me sofocaba, ella me seguía cuestionando y me
hizo entrar en razón. Por un momento me sentí en el psicólogo. Me daba varios
ejemplos de personas reales y ficticias que habían superado esa incertidumbre
de saber qué haces en este mundo y hacia donde te diriges. Poco a poco empecé a
ver las cosas más claras. Ella fue llenando el vacío con sus palabras, me dio
ánimo, seguridad y determinación para seguir adelante y no dudar de mi
envidiable profesión.
Sutilmente me corrió de su casa
para tener tiempo de hacer todo lo que me hacía falta como bañarme y así llegar
puntual al recital. Sinceramente no quería irme, me encanta la idea de pasar
tiempo con ella. No quería ir al recital. Sin embargo sus palabras me
convencieron, así que me levanté, me despedí y me dirigí a la puerta justo
antes que ella me preguntara:" ¿Dónde dejaste tu fagot?". Primera y última
vez que parto de un lugar olvidando mi instrumento. Regresé corriendo por
él y quise pensar que eso me pasó por toda
la pirotecnia emocional experimentada. Volví a despedirme y me retiré.
El recital empezó, ella no estaba
ahí. Prometió ir, confiaba en su palabra, además no viajó cinco horas y media
en vano, tenía que llegar. Terminó el primer fagotista y entró el segundo, sin
rastro de ella. Por alguna extraña razón pensé que jamás llegaría. Salí a
acomodar los atriles para el cuarteto siguiente y noté su presencia. No puedo
decir con exactitud si me deslumbraban los reflectores o su sonrisa, pero definitivamente
sentí correr un glissando en mi piel.
El recital fluyó, fui el último y
me sentí mejor que en la mañana, incluso el dolor de la mano derecha
desapareció. Al terminar, fui hacia ella y me abrazó con su divina frialdad
acogedora. No quería que dieran las once y media, hora de su partida, pues no
sabía con precisión cuándo la volvería a ver. Después de cenar nos dirigimos a
la central, entonces nos despedimos con la promesa de encontrarnos de nuevo. Un
abrazo eterno nos separó. La vi cruzar el detector de metales con su peculiar caminar Sobre las olas y volé a ventanilla. Viajaría
a Oaxaca el día siguiente a la una de la tarde.
Quiero agradecer a Sevas (violista) y a Efra (contrbajista) por el apoyo brindado para crear "poesía musical".
ResponderEliminarTambién quiero agradecer a Aldo (fagotista) por prestar su cuerpo... perdón jajajajajaj sus vivencias y todo lo necesario para la creación de esta crónica.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar¿Pues qué escribiste que lo eliminaste? Sin penaaaaa
EliminarMi cuerpo? jajajajajaja te quedo excelente Maweee y un gusto compartir mis vivencias contigo ya sabes que a mi me pasa de todo jaja :) así que cuando quieras
ResponderEliminarNunca dejes de escribir, me encanta leerte.
ResponderEliminarTe amo nena linda.
=)
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