Había una vez unos calcetines que querían estar secos, pues la mañana del lunes era muy fría y la humedad hacía que se congelaran. A las cinco de la mañana, se asoman a través de la tapa transparente de la lavadora, y ven cómo la luz del cuarto de lavado se enciende; un espécimen gigante se acerca para pasarlos junto con otros kilos de ropa, a la gloriosa secadora. Inicia el proceso de secado, pero se dan cuenta que no duró mucho, de hecho varias de sus amigas prendas siguen algo mojadas. Afortunadamente, los calcetines son pequeños y no les cuesta mucho secarse, pero al estar cerca de la demás ropa, seguían sintiendo frío a pesar de estar calientitos después del proceso de secado.
Les urgía que el gran ser que los controlaba llegara pronto por ellos, y así fue. Llegó, abrió la puerta y empezó a meter la ropa no tan seca a una maleta. Conforme la secadora se iba vaciando, los calcetines se iban más y más al fondo, querían evitar estar con la maleta llena de ropa húmeda. Fueron los últimos en salir de ahí. El ser viviente a cargo de la lavandería los tomó y los froto contra su mejilla para asegurarse que no estuvieran húmedos. Una sonrisa en el rostro del ser inundó a los calcetines de alegría. De pronto una mueca apareció en esa misma boca sonriente: no eran par. Los caletines se voltearon a ver y de la impresión por haber convivido tanto tiempo con un enemigo, ni cuenta se dieron cuando cayeron a la maleta llena de ropa húmeda y helada.
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