Soy Marisol, tengo 33 años y no sé qué hago aquí, pues no estoy loca.
Poseer una estructura de pensamiento distinta a la sociedad, no es carencia de cordura. A mí me parece muy prudente sentare en el balcón y lanzar burbujas a las plantas para ver cómo revientan en sus hojas. ¡A ellas les encanta! ¿Por qué dejaría de hacer algo que también le trae felicidad a alguien más?
El otro día el palo brasileño me pidió que lo moviera de lugar, pues donde estaba, todas las otras plantas lo cubrían y no alcanzaba a reventar ni una burbuja. Seguramente al limón le dio mucha envidia, pues me juzgó por hablar con una planta: “¿Qué estás loca?” No lo estoy, y no puede ser que hasta una planta me lo diga, pensé que ellas sí eran mis amigas.
Hace algunos meses salí, tenía mucho son platicar con los árboles. Me encontré a Enrique. Quique siempre me acompañaba a platicar con los árboles, nunca los escuchaba, pero nos dejaba hablar. Él, alguna vez me explicó que había dos tipos de locura: de la buena y de la mala. Siempre me dijo que yo estaba “loca bien”. Supongo era algo bueno, aunque jamás lo entendí, pero aquella tarde que me lo encontré mientras admiraba el atardecer junto aquel olmo, pasó con Karla y le dijo: “Ahí está tu amiga la loca”. No estoy segura a quién veían, pero Enrique no me saludó porque seguramente se distrajo al ver a “su amiga la loca”.
Extraño a Jorge y a Cecy. Ellos me regalaron todas sus plantas antes de partir. Alguna vez les escribí pero sigo esperando su respuesta. Quizá no tienen mi nueva dirección. Me gustaría contarles que sus plantas están bien; eran más felices en mi balcón, pero constantemente me dicen que se adaptarán siempre y cuando no las deja solas, y eso es lo que hago.
Jorge y Cecy jamás dijeron que estaba loca. La última ida por helado los vi tristes porque me iba a mudar, y no entiendo por qué insistían diciendo que eran otros los que habían perdido la razón. Puede ser, pues aquí todos están bien locos, y yo no encuentro a alguien más quién le interese escuchar a una flor.